martes, 16 de agosto de 2016

Querer encajar


Con mi cuerpo desnudo frente al suyo, la escuché decir “me gustas mucho”. Me quedé en silencio y esta vez dijo “me gusta mucho tu cuerpo”. Nunca supe qué debía responder así que me limité a preguntarme por qué aquello me había causado tanta confusión. Mi cuerpo le era atractivo a otra persona, este cuerpo que nunca he considerado “deseable” porque no se parece a los cuerpos que me enseñaron son deseables, ni al de un hombre ni al de una mujer, no a ese cuerpo que siempre vi como modelo en las revistas o televisión, en los videos, en internet y que nunca estuvo reflejado en el espejo. 

Soy delgada, con pechos y trasero pequeños y una vagina que parece estar cómoda entre mis piernas.

Recuerdo una vez preguntarle a unos conocidos a qué llamaban ellos una mujer “buena” (usando la referencia de buenura de la jerga cotidiana) y me respondieron casi al unísono “de pechos grandes, nalgas prominentes, con muchas curvas…” y recuerdo claramente haberme sentido un poco decepcionada porque sabía que nunca llegaría a ser una “mujer buena”, una de esas que atrae, que es objeto de deseo, con una belleza y cuerpo aceptable y si ese es uno de los objetivos de toda mujer, ¿dónde quedaba yo?.

Luego de bañarme, es costumbre mirarme en el espejo. Hubo una época en la que no sabía si me gustaba lo que estaba mirando ni qué era lo que en realidad quería ver ahí. Épocas en las que quería que me reconocieran como mujer, y más, como esa mujer con cuerpo de mujer; épocas en las que en vista del fracaso de pertenecer a ese grupo, deseaba ser vista como un hombre, aprovechando que mi cuerpo no presentaba rasgos muy “femeninos” y podía jugar con la ropa, sentía que no había mayor exigencia, que podría pasar como un hombre cualquiera. Lo común en ambos casos siempre fue que nunca logré mi cometido, algunas personas en la calle se referían a mí como hombre, algunas como mujer, y en ningún momento me sentía conforme: “¿y si miran bajo el sweater? ¿y si me encuentro a la vez con alguien que me conoce?”; yo buscaba aceptación, quería pertenecer a un grupo y cumplir con lo que ser parte de ese grupo implicaba, pero no había aceptación total y al final del día era yo, un cuerpo extraño de senos pequeños que bien podrían no serlo, de nalgas pequeñas y huesos que se avecinaban por algunas partes más que por otras por la falta de grasa para cubrirles.

Me bañaba y me paraba frente al espejo, y aunque estaba extrañamente conforme con ello, sabía que al salir, al enfrentarme con el mundo, nada de lo que yo veía importaba, era cuestión de cómo me iban a percibir y cómo me sentiría con ello: me aceptarían o no. Por un tiempo se volvió rutina y de a poco me dejé de ver a mí para seguir, según yo, siendo invisible frente a los y las demás.

“Me gusta mucho tu cuerpo”, fue como un corto circuito que me llenó de dudas y me hizo tener que volverme a ver, “¿por qué le gusta mi cuerpo?” “¿cuándo se volvió mi cuerpo un cuerpo aceptable?” “¿cuándo mi cuerpo encajó y en qué logró encajar?” “¿a mí me gusta mi cuerpo?”.

Volví a estar sola y desnuda, mirándome en el espejo y me quedé en silencio un momento, contemplé cada parte, me estudié y recordé ese sentimiento de extraña conformidad, más bien comodidad, ese que olvidaba al salir a la calle, ese que omití a solas porque no creí que valiera el tomarlo en cuenta, reconocí que aún mi cuerpo no se parece al cuerpo que yo concebía como el de un veradero hombre o mujer, pero esta vez, la extraña comodidad no pasó a ser lástima ni resignación, y no quise salir a comprobar qué quería que vieran los y las demás, me interesé más por conocer qué quería ver yo y suspiré al saber que siempre quise ver lo que siempre vi, antes de salir a la calle.

Sigo siendo delgada, con pechos y nalgas pequeñas, sin esas llamadas curvas en el cuerpo, con una vagina entre las piernas, soy un ser diferente así como lo es cada otra persona con la que me encuentro, seré deseable para algunas o algunos y para otras y otros no, habrá quienes me reconozcan como hombre y habrá quienes lo hagan como mujer, y aunque no voy a negar que cada día al verme desnuda en el espejo y saber que debo salir, sigo sintiendo un pequeño hormigueo al pensar en cómo será reconocido mi cuerpo y cómo me sentiré con ello, intento no olvidar lo que siento yo al salir del baño sin ropa y de ahí saco las fuerzas para saber que tal vez algún día, con trabajo arduo, reconociéndome a través de mí y no de dependiendo del reconocimiento de otras personas, logre dejar el hormigueo atrás y quedarme solo con esa sensación, de saber que este cuerpo tan extraño y distinto, es mío y soy yo quien debe aceptarlo porque solo hay un molde en el que va a encajar y es en el propio, que no será nunca igual a los demás.

Mónika Priscilla
Fotos: Risseth Yangüez

martes, 2 de agosto de 2016

Alice Guy, la pionera del cine.



Una genia enterrada, una abuela olvidada, esa es Alice Guy, una de las figuras más importantes para la historia del cine. Su primera película, es decir, la primera película de la historia, fue La fée aux Choux, 1896 (El hada de los repollos)

Alice Guy, nació en París para 1873. No solo fue la primera persona en pensar que el cine podía ocuparse en contar historias, más allá de filmar momentos concretos (como el cine de los Lumiere), sino que historiadores y estudiosxs del cine la reconocen como la primera persona que dirigió una película con valores narrativos.



Hay que mencionarla, decir que fue pionera de la dirección de cine y de la narrativa cinematográfica, así como practimentente de todas las esferas del cine, Alice también fue la primera persona en mantenerse enconómicamente con su labor.

Ya en 1910 después de 13 años de carrera fundó su propio estudio cinematográfico: Solax Film Co. junto a su esposo, quien manejaba la producción de la compañía, mientras ella se encargaba de la dirección y dirección artística.

A pesar de que la historia, o los historiadores del cine borraron su huella en la industria fílmica, por el hecho de ser mujer, situando a Melies como el primer director de cine, Alice fue reconocida en su época y admirada por los demás profesionales del cine.





No solo entusiasta, sino prolífica digirió, realizó y produjo más de 500 películas de todos los géneros fílmicos, también fue clave en la producción del cine sonoro. 


Pese a que quisieron borrar su paso por la historia, atribuyéndole sus películas a sus ayudantes, a su esposo o a anónimos, su figura está siendo parte del rescate histórico de la mujeres que hicieron cosas. Alice Guy, como visionaria, utilizó el cine para la construcción de historias antes que nadie, lo que la ubica como personaje clave en la historia de este arte.